Por Luis Goñi.
La acertada iniciativa del gobierno de la ciudad de Bs. Aires de incluir a los bares y cafés históricos a una lista de Bares notables ha hecho que dichos locales sean no solo revalorizados por la población sino que también ahora forman parte de circuitos turísticos en los que el visitante puede percibir ese pulso con el que se mide el sentir y la vida de sus habitantes.
Sus mesas históricas, mudos testigos de innumerables sucesos de la ciudad porteña han presenciado momentos notables, en sus mesas los compositores y autores dejaron valiosos testimonios de los legendarios cafés de la ciudad en cuyos ámbitos desarrollaron su arte, estrenaron sus obras y sin proponérselo, dejaron escrita la historia grande del tango porque muchos de ellos han nacido fruto de la inspiración que promovía ese ambiente a veces bullicioso y otras taciturno, bares y cafés de la ciudad son el rincón donde quedaron atrapados los recuerdos del viejo tiempo; algunos viven todavía hoy, dejándonos intuir sus historias. Eran los testigos mudos y protagonistas de su barrio en donde latía la vida, las discusiones políticas y culturales, el fútbol, las mujeres y mucho más… poesía, declaraciones de amor, rupturas, pleitos y confesiones pasaron y pasaran por ese pequeño espacio tan social pero tan privado a la vez (representado por la mesa del café) que siempre ha sido tan importante en la vida cotidiana de todos los porteños.
Sin duda alguna podemos afirmar que si los Bares y Cafés son de alguna forma ese templo cotidiano de la esquina del barrio, sus fieles y leales mesitas amigas se han convertido en el confesionario donde llora y se ríe el gran corazón de Buenos Aires.
En alusión a este tema podríamos citar estas palabras del gran Homero Manzi:
…"Buenos Aires fue siempre una ciudad amante de la música popular. Es decir de esa música fácil y cantable, en cuya melodía elocuente cabe la anchura de las pasiones.
"Pero Buenos Aires fue perdiendo su conformación familiar. El violento ascenso demográfico marcó una época con la creación de un nuevo tipo, el muchacho porteño. Entonces y para él, se creó el café. Es decir el centro de reunión que a las ventajas del almacén unía la de mayor respeto por el trato y una mejor distinción en la vestimenta. Pero el café sin más auspicio que el de las mesitas y el de las bebidas, hubiese fracasado. Se necesitaba algo mas hondo para amarrar al incipiente parroquiano. Ese algo era la música. Al café le fue fácil agregar la orquesta que, ante la expectativa de los parroquianos alternaba los valses de Walteuffel, con los tangos originales de los primeros compositores criollos.
"Así cada barrio tuvo su café y cada café su orquesta. A ellos concurrían, desde lejanas barriadas, los porteños más atrevidos y deseosos de luz. Y el 'Centro', casi inabordable, fue invadido desde esas avanzadas por el hombre del arrabal".